LA DIARIA - Montevideo 20-5-09
cultura -artes visuales
La tremenda fascinación del sincretismo
Lo que Rudolf Otto sistematizó en un cardinal libro de 1936, Lo sagrado, ya lo había intuido Michel de Montaigne en sus Ensayos casi 400 años antes: “los hombres creen en lo que menos entienden”. Para Otto una religión alcanza el pleno éxito cuando está basada en un misterio inaudito que aguijonea despabiladamente el lado irracional del individuo. Pero ese misterio tiene que ser “bipolar”, o sea un mysterium a la vez tremendum (aterrador) y fascinans (fascinante): de hecho, la hodierna (actual) lejanía -física y cultural- que nos separa de las religiones africanas magnifica aun más su enigma favoreciendo una recepción al mismo tiempo miedosa y (aparentemente) irresistible.
Sobre la introyección de los elementos y “personajes” espirituales de África en los países americanos fueron escritas bibliotecas en todos los rubros, desde la antropología a la literatura, en algunos casos hasta llegar al mainstream (como el
acervo de voodoo hollywoodiano de la New Orleans pre Katrina), y es obvio que el arte también se alimente de ella. La muestra
Dueños de la encrucijada, hasta mañana todavía en el Blanes, es un viaje a través de obras visuales inspiradas en las encarnaciones/reelaboraciones rioplatenses de rituales africanos, concentrados en los dos dioses que más “hechizaron”
a argentinos y uruguayos, sobre todo, como explica Alejandro Frigerio en el catálogo, a aquellos en condiciones sociales
difíciles: Exú (una especie de diablo) y Pomba Gira (básicamente su contraparte femenina).
El esqueleto de la exposición son las fotos, de diferentes altares encontrados en Montevideo y Buenos Aires, sacadas por Guillermo Srodek Hart. En ellos, más allá de las figuras en yeso o madera de las divinidades mencionadas (algunas también presentes en el museo) se puede encontrar literalmente de todo. El sincretismo es total: cualquier ofrenda es admitida y la entrada en juego de productos de consumo con marcas y específicas características industriales (principalmente licores
y cigarrillos) nos catapulta en un culto definitivamente instalado en época tardocapitalista. Al lado de imágenes clásicas de
la religión cristiana, de botellas y copas vacías y llenas, se amontonan velas, alhajas, flores, frutas, muñecas, sombreros, abanicos, calaveras. Visualmente, representando universos de objetos usualmente ajenos entre sí, las fotos resultan
de lo más llamativo de la exhibición y enmarcan bien a las demás obras de artistas de ambas orillas llamados a meditar sobre el tema. En ésas prevalece -casi forzosamente dado el trato demoníaco del asunto (aunque, nos explica Frigerio, de un demoníaco “bueno”)- el rojo. Rojos son los tres paneles sencillos con símbolos colgados del techo de Guillermo Zabaleta, rojos los cuernos de la eficaz imagen-señal de Nico Sara y roja la carpa que repara a una especie de cordero negro en la escultura para-kitsch de Dany Barreto, solución que no puede sorprender, porque las fuentes iconográficas de estos cultos se basan en una acumulación de estímulos visuales (por ejemplo la Pomba Gira recalcada sobre la Venus de Botticelli o la presencia de cuerpos de mujeres en poses pin-up) extrapolados de otros contextos y re-significados, que Hermann Broch o Clement
Greenberg hubieran sin duda definido como kitsch. Los videos de Anabel Vanoni y Ángela López Ruiz proponen lecturas de los rituales kimbanda (los más frecuentes del Río de la Plata) entre teatro y trance, mientras que la confección en clave soft (tela rellena) de las llaves alegóricas de todas formas y tamaños por mano de Melina Scumburdis convence por lo anti-convencional del material empleado. Convencen también los genitales zoomorfos del cuadro de Marcelo Bordese, que capturan finamente la fuerte carga sexual de esta religión.
El resultado final, y con mayor razón si es acompañado con el libro/catálogo, resulta extremadamente estimulante, tanto a
nivel sociológico como artístico. Un poco extraña la falta total de reescrituras críticas o por los menos satíricas del culto (quizá
con las tímidas excepciones de la gran puerta decorada con cuernos, esqueletitos y diablo de Gustavo Tabares y la esquematización de la divinidad en estilo graffiti de Diego Perrotta): mientras que a nivel internacional los artistas suelen cuestionar las religiones (si bien casi exclusivamente las “oficiales”), a veces hiriendo a los creyentes pero también abriéndoles los ojos, acá nadie intenta ese camino. El mismo León Ferrari, quizá el artista a nivel mundial que en su larga carrera más ha fustigado el catolicismo, se limita aquí, en una sorprendente obra, a enjaular una mesnada de vírgenes, Jesús y santos, dejando afuera -vigilantes- a cuatro cuidadosos Exú. ■
Riccardo Boglione
domingo, 16 de agosto de 2009
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